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lunes, 20 de agosto de 2012

LA IGLESIA CRISTIANA DEL SIGLO XXI

LA MISIÓN DE LA IGLESIA EN EL SIGLO 21


«La iglesia --observa uno de los documentos preparatorios del Congreso sobre la Misión Mundial de la Iglesia realizado en St. Paul, MN, EE.UU., en junio de este año-- tiene la obligación de involucrarse continuamente en la tarea de investigación hermenéutica y reflexión sobre el propósito salví­fico de Dios para el mundo a la luz de las Escrituras y también de las condiciones globales y desafí­os de su tiempo.»1 ¿Cuáles son los desafí­os que nos esperan en el siglo XXI?
La misión de la Iglesia en el Siglo 21
por Guillermo Cook
«La iglesia --observa uno de los documentos preparatorios del Congreso sobre la Misión Mundial de la Iglesia realizado en St. Paul, MN, EE.UU., en junio de este año-- tiene la obligación de involucrarse continuamente en la tarea de investigación hermenéutica y reflexión sobre el propósito salví­fico de Dios para el mundo a la luz de las Escrituras y también de las condiciones globales y desafí­os de su tiempo.»1 ¿Cuáles son los desafí­os que nos esperan en el siglo XXI?
Debemos, dice Jesucristo, leer los signos de los tiempos. ¿Cuáles son estos signos?«Son aquellos gestos que tornan la actuación de Jesucristo presente en una época de transición semejante a la época en que el mismo Jesús apareció», observa J. Comblin. «Podrí­amos hacer investigaciones exhaustivas sobre la realidad contemporánea (económica, social, cultural, etc.) sin descubrir signos. El sociólogo que hubiese hecho una investigación completa sobre la sociedad del año 30 no habrí­a visto que Jesús era el signo de los tiempos».2
¿Que señales encontramos, particularmente en la última década del segundo milenio? Los cambios en los procesos humanos casi nunca son súbitos. Generalmente los percibimos pos facto, después del hecho. Las transiciones de décadas, siglos y milenios tienen la función de obligarnos a reflexionar sobre el pasado para poder discernir mejor el futuro.
I. Signos de los tiempos
Los signos son muchos. Escogemos algunos que nos parecen muy relevantes. La globalización del conocimiento y de la cultura occidental de los paí­ses desarrollados es el hecho más revolucionario y preocupante de nuestros tiempos y el más desafiante para la misión de la Iglesia en el siglo 21.
La globalización es tecnológica, económica y religiosa, y sus principales instrumentos son los medios masivos de comunicación y la expansión vertiginosa del modelo económico neoliberal. La globalización de la tecnologí­a tiene en sí­ una contradicción esperanzadora. Mientras propaga el «evangelio del libre mercado» y los valores de la posmodernidad, sirve también como medio de búsqueda y de difusión de modelos tecnológicos, económicos, culturales y religiosos alternativos.
Con el modelo económico neoliberal los estados latinoamericanos «se han visto obligados a abandonar sus responsabilidades por el bienestar de todos sus ciudadanos, y en particular aquellos que viven al margen de la economí­a formal». Doscientos millones de latinoamericanos viven en situaciones de extrema pobreza. «Ha aumentado la brecha entre ricos y pobres, con la gradual desaparición de la clase media.
Hoy el pueblo es inducido a acomodar sus vidas a las demandas del mercado y somos dominados por la filosofí­a del consumismo, que crea necesidades artificiales y profunda frustración en los que no pueden seguirla».3 La gran mayorí­a de los habitantes del mundo tendrá que aguantar ser sacrificada al dios del mercado. La globalización del libre mercado está fundamentada en una trágica contradicción: los recursos naturales y económicos no se globalizan. Siguen siendo un monopolio de la economí­a dominante que los trasquila en nuestros paí­ses y luego los vende a precios elevados.
El fenómeno de la globalización impacta a las culturas de todos los pueblos --unas más otras menos-- con su mensaje universalizante. Pero el proceso es de doble ví­a. Se globaliza la cultura noroccidental, posmoderna y secular, y también comienzan a aparecer en todo el mundo las reacciones. Cuanto más se extiende la cultura dominante, más crecen en todo el mundo las culturas tradicionales y alternativas.
También crecen los nuevos movimientos religiosos, usando los medios de comunicación global para formar redes y propagar creencias. Esta realidad compleja presenta un desafí­o singular para la Iglesia en América Latina. La nueva tecnologí­a de los medios masivos facilita la comunicación del evangelio, al mismo tiempo que la pluralidad de culturas hace más difí­cil su inculturación. Ante semejantes desafí­os ¿cómo puede la Iglesia ser profética y al mismo tiempo encarnacional?
La fuerza motriz de cualquier cultura, aun las «materialistas y ateas», es su espiritualidad. Esto es también cierto en culturas donde la globalización tiene un «evangelio de salvación» que anunciar, profetas que lo proclaman, sus propios ritos y sacerdotes practicantes. ¿Qué pasa cuando los elementos de esta nueva «religión de consumo» se confunden con los fundamentos de una auténtica fe cristiana? ¿Cuál será el papel de la religión en esta nueva aldea global?
Tenemos hoy un supermercado de ofertas religiosas, incluso en regiones del mundo como América Latina que antes fueron patrimonio de religiones hegemónicas. En su modo, la cristiandad católica romana fue durante siglos una cultura globalizante. La religiosidad popular católica es una expresión de esta cristiandad y también una protesta contra ella. Hoy la cristiandad católica está en crisis. Advierte René Padilla:
Ahora que el protestantismo adquiere fuerza, no sólo en el campo religioso sino también en lo polí­tico, debemos indagar si hay razones para pensar que una especie de cristiandad protestante irá a reemplazar la cristiandad católico romana... La ambición del poder esta, asombrosamente, ganando terreno en las filas evangélicas.4
Los medios masivos de comunicación nos han hecho más conscientes del impacto sobre el medio ambiente de todas nuestras acciones en la aldea global. Sólo en las últimas décadas del presente milenio la raza humana ha comenzado a percatarse de la interrelación global de factores ambientales y comportamiento humano.
Hemos comenzado tardí­amente a preocuparnos por la destrucción de la naturaleza que Dios creó y su impacto sobre nuestra sobrevivencia. Al concluir dos milenios de historia cristiana, ¿qué mensaje tiene la Iglesia frente a los vaticinios de catástrofes naturales en el próximo siglo?
II. Desafí­os para el nuevo siglo
¿Qué significa evangelizar en un mundo que es al mismo tiempo globalizante y pluralista? ¿Cuál es el mensaje evangélico dentro de una cultura que se universaliza y que al mismo tiempo se fracciona en innumerables subculturas? Permí­tanme compartir algunas reflexiones a partir de los aportes de diversos misionólogos. La primera consigna para la Iglesia del nuevo siglo tendrá que ser: «Regresemos a nuestras raí­ces; regresemos a la Palabra de Dios».
Retorno a la fe bí­blica
El gran problema de la Iglesia protestante latinoamericana durante las últimas décadas de este siglo tiene que ver con una doble pérdida de identidad: la evangélica y la cultural. Sin estos dos puntos de referencia, la Palabra de Dios y el contexto o contextos en que ésta se incultura, la Iglesia evangélica en América Latina se apartará cada vez más de su misión, de la misión de Dios. Retornar contextualmente a sus raí­ces teológicas tendrá que ser la tarea prioritaria de la Iglesia en el siglo 21. Nos preciamos de ser «el pueblo de la Biblia» e «hijos de la Reforma». Sin embargo, tenemos la impresión de estar alejándonos de los principios bí­blicos que fueron rescatados por la Reforma protestante: solo Christus, sola gratia, sola fides, sola Scriptura. Examinemos estos principios a la luz de nuestro tema.
Solo Cristo (Hch 4.12). Él es el centro de nuestra fe, no solamente porque es el único camino para llegar a Dios sino también porque es Jesucristo, el Hijo de Dios, quien nos señala el camino para la misión de la Iglesia.
Sin echarse atrás, Jesús aceptó incondicionalmente la misión que habí­a recibido del Padre, en medio de la conflictividad que generan intereses ajenos al reino. Como Siervo sufriente, marchó erguido, sin claudicaciones ni concesiones, hasta el lugar del sacrificio. Allí­ culminó con su muerte la misión de ser para los demás, dando su vida por nuestra salvación.5
Sola gracia (Ef 2.8-9). Gracia es la presencia de Dios en el mundo y en el ser humano.
Cuando Dios se hace presente, entonces el que estaba enfermo queda bien, el que estaba decaí­do se levanta, el que era pecador queda justo, el que estaba muerto vuelve a vivir, el oprimido experimenta la libertad y el desesperado se siente reconfortado y consolado... Gracia es relación, es éxodo, es comunión, es encuentro, es diálogo, es apertura, es salida, es historia de dos libertades y la encrucijada de dos amores.6
Gracia es gratuidad, es gratitud a Dios, es celebrar su «graciosa» creación con miras a su Nueva Creación. Hoy por hoy en cambio, el evangelio de la gracia de Dios aparece demasiadas veces como un mensaje de «desgracia», cuya gracia es «gracia barata», moneda desvalorizada, mérito adquirido. El principal reto para la Iglesia en el nuevo siglo es permitir que Dios restaure el verdadero valor de su gracia para con nosotros y los que habrán de nacer en años venideros.
Sola fe (Ro 1.17). La Iglesia cristiana a fines del siglo 20 sufre una crisis de fe, una crisis de identidad. La fe en Jesucristo se debate entre credos estériles y credulidad ingenua. Se reduce a un corpus de doctrinas y prácticas mediatizadas por las ideologí­as del momento. La fe que comunicamos demasiadas veces carece de contenido teológico; se diluye en fórmulas intelectuales, se ahoga en un mar de emociones o bien se esfuma en ritos fantasiosos. La Iglesia en el siglo 21 tendrá misión sólo si regresa a las fuentes de la fe, si vuelve a hacer teologí­a, como la Iglesia primitiva, «a partir de dos lugares --como dice L. Boff--, el lugar de la fe y el lugar de la realidad social dentro de la cual se vive la fe».7 La Iglesia tendrá autoridad para predicar si sigue en el camino de Jesús.
Sola Escritura (Mt 24.35). Aunque afirmamos nuestra fe en toda la Palabra de Dios, en la práctica basamos nuestras acciones en un número reducido de textos de prueba. En cierto modo esto es comprensible porque ninguno alcanza a entender todo el consejo de Dios. Lo inexcusable es que las palabras de hombres y mujeres que se presentan como profecí­as, visiones y proclamaciones subjetivas, llegan a tomar el lugar de las Escrituras. El cumplimiento de la misión de Dios en el nuevo siglo exigirá, por tanto, los dones de discernimiento de espí­ritus y de denuncia profética.
En el poder del Espí­ritu (Hch 1.8). De alguna manera se podrí­a llamar al siglo 20 «el siglo del Espí­ritu Santo». En todos los sectores de la Iglesia universal se hace presente este elemento fundamental de nuestra fe, esta Persona que la Reforma y sus herederos no trataron adecuadamente. Irrumpe en la escena eclesial justo a comienzos de siglo y hoy el número de iglesias y adeptos que profesan los dones del Espí­ritu son incontables. Con todo, el nuevo énfasis sobre la obra del Espí­ritu Santo a menudo carece de sólida fundamentación bí­blica. Por ejemplo, ¿qué significan bautismo y unción en las Escrituras? No son siempre equivalentes a bendición ni se reducen a una vivencia individualista. Según Lucas 3.16-17, el bautismo y fuego del Espí­ritu Santo tiene también una dimensión de juicio. La función del Espí­ritu en la misión de Jesucristo tiene una «opción preferencial» para quienes sufren injusticia (Lc 4.18-19).
Retorno a la "tierra" (identidad)
Cuando perdemos nuestra identidad cultural y social fácilmente nos alejamos de los fundamentos de la fe bí­blica. La vida carece de significado cuando no tenemos raí­ces. Por eso la tierra (ha eretz) es un eje central en la Biblia y particularmente en el Antiguo Testamento. La tierra define la identidad de Israel como pueblo que es llamado por Dios para cumplir una misión en el mundo. La tierra es promesa en el desierto, posesión tentadora, plañido en tierra extraña y protección de un mundo hostil después del exilio. Esta relación entre tierra e identidad en la historia de Israel es paradigma del reinado de Dios en el Nuevo Testamento. Jesús nace en una tierra que otros poseen, muere en la cruz que pertenecí­a a otro y tanto su pesebre como su tumba son prestados. Su identidad misionera no se basa en la propiedad, porque él ha venido a anunciar «el evangelio del reinado de Dios», la patria de la identidad del cristiano.8 La experiencia de Israel y la misión de Jesucristo tienen lecciones importantes para la Iglesia en los albores de un nuevo siglo y milenio. El desarraigo social y cultural de grandes sectores de la Iglesia se manifiesta en nuestra crisis de identidad en un mundo que cambia radicalmente. La promesa de nuevos cielos y nueva tierra solo se cumplirá en el ésjaton. Mientras tanto la Iglesia se enfrenta a la constante tentación de afincarse en sus pequeños reinos, buscando identidad en proyectos humanos, posesiones materiales o escapismos apocalí­pticos.
Tierra e identidad tienen un significado muy diferente para las culturas originales de nuestro continente. Para los pueblos indí­genas y afroamericanos el desarraigo significa anomia, pérdida de su cultura y por tanto de su identidad, valores y autoestima. Cientos de miles de hombres, mujeres y niños africanos fueron arrancados de sus tierras ancestrales y transportados al «Nuevo Mundo». Los pocos que sobrevivieron la travesí­a procuraron mantener vestigios de sus culturas por medio de la práctica secreta de sus ritos ancestrales. Los pueblos autóctonos de las Américas fueron avasallados por culturas europeas. Sin embargo, durante casi dos milenios pudieron mantener sus culturas y asimilar elementos de otras culturas sin demasiados trastornos porque la «tierra» siempre fue el eje de su identidad comunitaria. Al mismo tiempo, la experiencia milenaria de las culturas autóctonas ofrece lecciones importantes para quienes nos sentimos abrumados por la cultura posmoderna. Por ejemplo en Mesoamérica, la globalización de una cultura autoritaria, religiosa y tecnocrática contribuyó durante siglos al decaimiento de estas culturas autóctonas y su desestabilización ecológica y social. A pesar de ello, hoy estos pueblos nos ofrecen su sabidurí­a milenaria, sus valores de amor por la tierra, la familia y la vida comunitaria. ¿Habrá espacio en la Iglesia del siglo 21 para estos pueblos, sus valores culturales y su espiritualidad particular?
Una iglesia dialógica.
Para cumplir mejor con la misión de Dios en el siglo 21, la Iglesia tendrá que aprender a dialogar, con respeto y fidelidad profética, con la cultura, con los poderes y al interior de sí­ misma.
Diálogo profético con las culturas. Jesucristo no vino para destruir culturas, sino para encarnarse en el corazón de ellas, para preservar sus valores auténticos y transformar lo destructivo. La transformación es tarea de él y de su Espí­ritu, y no de la Iglesia. El gran apóstol a los pueblos islámicos, Kenneth Cragg, nos dejó el siguiente legado:
Nuestra primera tarea cuando nos acercamos a otro pueblo, otra cultura, otra religión es quitarnos los zapatos, porque nos aproximamos a un lugar santo. De otra manera podemos pisotear los sueños de alguno. Y lo que es más grave aún, podemos olvidarnos que Dios ya estaba allí­ antes de que nosotros llegáramos.9
En la tarea de la misión hacia los pueblos «no alcanzados» necesitamos un entendimiento transcultural de la conversión:
Cada comunidad local debe tener la libertad de desarrollar su propio testimonio de Cristo dentro de su propio contexto, sin que se le impongan formas ajenas. Al mismo tiempo, el producto final debe ser identificable y reconocible como una expresión genuina de la fe universal en Cristo y el Dios Trino según el testimonio de las Escrituras y de los credos.10
Diálogo profético con los poderes. «La moderna economí­a de mercado y la globalización influyen mucho, también, en los valores religiosos del pueblo», según un documento reciente. «Los cristianos deben evaluar constantemente su influencia a la luz del Evangelio».11 E. Fromm argumenta que el tema central del Antiguo Testamento es «la guerra contra la idolatrí­a». En el momento en que le ponemos nombre a Dios y hablamos de él corremos el peligro de caer en la idolatrí­a. ¿Qué es un í­dolo? La diferencia, dice Fromm, entre el Dios de la Biblia y los falsos dioses
no consiste primariamente en que existí­a un solo Dios y muchos í­dolos. En verdad, si el hombre venerase solamente un í­dolo y no muchos, seguirí­a siendo un í­dolo y no Dios. De hecho, ¿con cuánta frecuencia la veneración de Dios no ha sido sino la veneración de un í­dolo, disfrazado del Dios de la Biblia? La historia de la humanidad hasta el momento presente es primariamente la historia de la adoración de los í­dolos, desde los primitivos í­dolos de arcilla y madera, hasta los modernos í­dolos del estado, el jefe, la producción y el consumo, santificados por la bendición de un Dios idolizado.12
Diálogo intra-eclesial. La Iglesia en el próximo siglo tendrá que abocarse seriamente a un diálogo interno entre los miembros de un Cuerpo que está despedazado vergonzosamente. La globalización, irónicamente, podrí­a lograr lo que dos milenios de historia cristiana no pudieron conseguir: estrechar los lazos entre las múltiples expresiones locales de la única Iglesia. Las unidad por la que Jesús oró no tiene mucho que ver con estructuras y jerarquí­as. Los agentes humanos de la comunicación son los medios masivos que hoy nos permiten comunicarnos casi instantáneamente con nuestros hermanos en todo el globo. Los medios masivos no sólo tienen la posibilidad de unir, de derribar barreras, sino que permiten participar en modelos alternativos de sociedad civil y comunidad de fe. Durante quince siglos imperó un modelo globalizante: la cristiandad católica. En lugar de gastar nuestras energí­as en crear una cristiandad protestante, procuremos «nuevas maneras de ser Iglesia y de hacer misión». «La ‘confesionalización’ de la polí­tica que es producto de la ‘catolización’ de las iglesias evangélicas (y en particular de las carismáticas) --acota R. Padilla-- harí­a tanto daño a la causa del evangelio como el que en el pasado causó la politización de la fe».13
Discipulado y formación. «La Iglesia necesita equipar a sus lí­deres para que puedan leer las señales de los tiempos y discernir su significado». Debe «formar y preparar a los lí­deres que llevarán adelante el ministerio de la Iglesia en su totalidad... Esta formación precisa mantener en equilibrio la calidad de la educación con una metodologí­a que no aliene de sus comunidades a la gente y no les infunda una actitud elitista». En el nuevo siglo la Iglesia tendrá que «identificar una variedad de modelos pastorales que respondan a la realidad local». Para cumplir con la misión de Dios, la Iglesia del siglo 21 «necesita formar pastores que surgen de la gente y se ocupan de la gente... En este proceso... es necesario escuchar las voces... de los marginados, de las comunidades indí­genas y particularmente de las mujeres».14
Testimonio integral. La Iglesia del siglo 21 seguirá siendo una iglesia que testifica. Reforzada y renovada por la acción del Espí­ritu y de la Palabra, proclamará el mensaje del Reinado de Jesucristo. Siguiendo en los pasos de su Señor, demostrará en palabra y acción el amor de Dios para todo el mundo, y en particular para los que sufren por el pecado de otros. Aunque los desafí­os sean diferentes y mayores que los del siglo que concluye, su mensaje será el mismo: «Se ha cumplido el tiempo... El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!» (Mr 1.15). Cuando la Iglesia ha sido fiel a su cometido y a este mensaje, ha logrado sobrevivir y avanzar en medio de cambios de paradigma tan portentosos como el que hoy representa la globalización. A lo largo de su historia y también en este siglo la Iglesia ha sido perseguida. Podemos estar seguros que el nuevo siglo también será coronado de mártires de la fe; que nuestro triunfalismo de hoy sufrirá los rudos golpes de ideologí­as, sistemas y doctrinas totalitarias. Con todo, nos acogemos a la promesa de Jesucristo: las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella (Mt 16.18).
Actitud vulnerable. Los tres grandes enemigos de la misión de Dios son la infidelidad, el orgullo y la prepotencia. Cuando la Iglesia en todos los tiempos es desleal con su Señor e infiel a los fundamentos de la fe; cuando se refugia en sus recursos y atributos olvidándose de las palabras del Siervo sufriente (Mr. 9.44), la misión deja de ser missio Dei y pasa a ser solamente «misión de la iglesia» como institución humana. La misión de Jesucristo se caracteriza por fidelidad al evangelio, humildad en el uso de su autoridad y vulnerabilidad frente al rechazo. A esto se le llama encarnación. Con todo, no hay garantí­as de éxito en la misión ni siquiera para el Hijo de Dios encarnado, ya que aun el «pueblo escogido» lo rechaza (Jn 1.12). Todo ser humano tiene el derecho a rechazar o aceptar las implicaciones de la encarnación de Jesucristo, pero la Iglesia no puede darse el lujo de evadir el modelo encarnacional porque es la esencia de la misión de Dios en un mundo de pecado, opresión y posible rechazo.
III. Conclusión.
Recapitulemos. En las palabras del Mensaje del Congreso sobre la Misión Global de la Iglesia, la misión evangelizadora de la Iglesia es y siempre será «anunciar las Buenas Nuevas de Jesucristo con miras a un cambio radical de vida personal, a la organización de comunidades de fe y la transformación de la sociedad.»
La realidad presente en América Latina incluye: a) un creciente pluralismo religioso y cultural, con sus consiguientes tensiones, conflictos y oportunidades;b) la radical profundización de la pobreza y la exclusión social por razón de un mercado global y fuerzas económicas sin control, y c) prácticas discriminatorias profundas y difundidas ampliamente en contra de comunidades indí­genas y poblaciones de descendencia africana, de mujeres, niños y poblaciones empobrecidas. En este contexto, anunciar que Dios en Cristo venció por nosotros sobre la muerte requiere un compromiso inflexible para con personas necesitadas, esfuerzos ecuménicos en pro de la unidad del pueblo de Dios y un acercamiento misionero con espí­ritu de «acompañamiento» y participación.15
Miramos hacia el futuro con esperanza sustentados por la promesa de Aquel que ha dicho: «¡Yo hago nuevas todas las cosas!... ¡Miren que vengo pronto! Dichoso el que cumple las palabras del mensaje profético de este libro »(Ap. 21.5: 22.7).

Notas
1. J. Scherer, «Cuestiones claves para la misión global hoy: Preguntas cruciales sobre teologí­a de la misión, su contexto y expectativas», documento preparatorio para el Congreso sobre la Misión Mundial de la Iglesia (CMMI), p. 11.
2. J. Comblin, Teologí­a de la misión: La evangelización. Latinoamérica Libros, Buenos Aires, 1974, p. 93.
3. Citado por el Servicio de Noticias ALC (10-07-98).
4. R. Padilla, «El futuro del cristianismo en América Latina: Perspectivas y desafí­os misionológicos» , documento preparatorio para el CMMI.
5. Misión a la manera de Cristo: Resistencia y transformación, San José, CELEP, 1988, p. 1.
6. L. Boff, A graí§a libertadora no mundo, Edit. Vozes,Petrópolis, 1976, p. 15.
7. L. Boff, A fé na periferia do mundo, Edit. Vozes, Petrópolis, 1979, p. 7.
8. W. Brueggemann, The Land, Augsburg/Fortress Press, St. Paul, MN, 1977.
9. K. Cragg, citado en A. Neely, «Religious Pluralism: Threat or Opportunity for Mission?», Currents in Theology of Mission, Vol. 25, No. 2, abril 1998, pp. 102-115.
10. Scherer, p. 9.
11. Noticias ALC.
12. E. Fromm, Y seréis como dioses , Ed. Paidós, Bs. As, pp. 43-47.
13. R. Padilla, «El futuro del cristianismo en América Latina...»
14. «La misión de la Iglesia en América Latina», documento elaborado por el grupo latinoamericano en el Congreso sobre la Misión Mundial de la Iglesia, MN, EE.UU., realizado en setiembre de 1998 (Ver pp. 14-19).
15. «El deseo de Dios: Mensaje del Congreso sobre la misión...», St. Paul, junio 30, 1998.

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